El locutor

Un nuevo virus causa estragos en la población capitalina. Se trata de “el narrador depravado”, también conocido como el “chismoso íntimo” o más sencilla y popularmente “el locutor”. Se manifestó por primera vez en una señora de 62 años residenciada en un edificio de la calle Miranda en nuestra ciudad capital. Su hijo, abogado soltero, dio a conocer que el 23 de septiembre, a las diez de la noche, una voz “educada” como la de un empalagoso locutor de radio comenzó a hablar por la boca de su madre. En un principio se mostró sorprendido, ya que era una voz masculina, pero luego quedó absorto. Se enteró así de cosas profundamente raras sobre la vida de su madre, por la que él hasta ese momento dijo sólo haber sentido un humilde respeto. Dijo también que los ojos de la víctima no salían de su asombro y que sacudía la cabeza en un esfuerzo exasperado por negar lo que el virus decía. Interrogado acerca de lo que el virus decía el hijo se negó a revelar nada y unas lágrimas de ira afloraron a sus ojos. Interrogado acerca de las lágrimas de ira dijo que sus sentimientos hacia la afectada se habían transformado sin remedio, y que aunque ahora sabía que no era su madre quien hablaba sino un virus, había frases que jamás podrían ser perdonadas. ¿Había cometido su madre algún delito o acto vergonzoso? Sí, pero lo imperdonable no era eso, sino algo así como el estilo. ¿Algo así como el estilo? Sí, el locutor, como le dicen, distorsionaba las cosas. Mi madre contó anécdotas monstruosas, cosas de las que yo nada sabía y hubiera preferido no saberlas, pero también contó otras que me eran familiares y en las que incluso yo figuraba. Eran hechos, usted sabe, completamente inocentes, pero el locutor les imprimía un tono ofensivo, y al mismo tiempo, aunque la voz era muy seria, se burlaba. Todo sonaba muy ridículo.... dolorosamente ridículo. Yo no sabía, concluyó -cansado de luchar con las palabras-, si llorar o reír, y al final le di a mi madre una patada. Minutos más tarde, a la vivienda arribó una sobrina de la víctima que, horrorizada (porque la patada se la había dado el hijo a la madre en la cabeza y la cabeza de la madre sangraba en abundancia), procedió a llamar a la ambulancia. Se ha prohibido a la prensa que reproduzca los relatos, calificados por los organismos sanitarios como “altamente nocivos para la conducta”. El único y tosco recurso que se ha encontrado hasta el momento para frenar los desmanes del flagelo consiste en anestesiar la lengua de la víctima. La xilocaina ha desaparecido de las farmacias y los que acudieron nerviosamente a acapararla llevan sus atomizadores en el bolsillo. La aparición del virus se manifiesta por un hormigueo en la lengua que poco a poco se vuelve más intenso hasta que, más que un hormigueo, según testimonian numerosos afectados, da la impresión de que miles de alfileres se clavaran en la lengua, o que un enjambre de avispas se apoderara agresivamente de la misma. Por eso se afirma que el virus comienza con un hormigueo y termina con un avispeo. A los tres días, cuando el avispeo cesa, el virus desaparece, pero la persona no vuelve a ser la misma. No sólo se ha perjudicado la relación con sus congéneres, sino que se ha infringido un daño irreparable a la relación saludablemente respetuosa, señalan los psiquiatras, que la persona mantiene consigo misma. Y esto debido a que las versiones del locutor sobre la vida de sus víctimas en general son pavorosas, aunque también existen testimonios de que en ocasiones no pasan del nivel informativo, pues el locutor perverso no se ensaña igual con todo el mundo, sino que se adapta a los particulares niveles de ignorancia. Un ejemplo de esto último lo encontramos en un señor de 55 años por cuya boca el locutor dijo: “yo no sé inglés”. Esta sencilla frase bastó para que el hombre se sumiera en una grave amargura e ingiriera veneno para ratas, pues al parecer su biblioteca rebosaba de libros en inglés que él además había leído aunque sin comprender una palabra, y aún así ignoraba que su ignorancia del inglés fuera absoluta. Y esta ignorancia le servía para sentirse satisfecho de sí mismo y no ingerir veneno para ratas. Pero en otros casos, se sospecha que el locutor no sólo tergiversa los hechos sino también que los inventa, no se sabe si sacándolos de la verdadera nada o excediéndose en la distorsión hasta alcanzar el grado creativo. Sin embargo, faltan pruebas, y las sospechas son también objeto de sospecha, ya que muchas víctimas afirman al curarse que todo es mentira, con vistas, se presume, a proteger su buen nombre. Un escritor de cierta fama ha declarado ante los medios que los relatos del locutor son humorísticos y que este virus sería muy útil si la gente estuviera dispuesta a reírse de sí misma, pues uno mismo es la mayor fuente de risa que se puede encontrar en este mundo de hipocresía circunspecta. El escritor en cuestión se contagió a propósito poniéndose en contacto con personas afectadas y al recuperar su propia voz aseguró que el locutor había sido indulgente, que apenas le había arrancado una sonrisa ligeramente amarga y que él tenía versiones mucho más ridículas y espantosas de sí mismo. También afirmó enigmáticamente que la única manera de decir la verdad era inventándola. No obstante, no todos tienen la suerte de ser escritores y gozar de una imagen tan deplorable de sí mismos. Las cifras indican que casi nadie sale ileso. Sin ir más lejos, la madre del abogado soltero murió en el hospital esta mañana, no tanto a consecuencia de la patada en la cabeza como a la ineficacia del cirujano que, fascinado por el discurso del chismoso íntimo, perdió la concentración en su trabajo. Por su parte, el hijo se encuentra detenido. También se detuvo al cirujano, aunque fue liberado a las dos horas, gracias a la intervención de un abogado que planteó la imposibilidad de determinar si se procedía legalmente o no al arrestarlo. Abordado por la prensa a la salida declaró lleno de euforia no sentir ningún remordimiento y expresó su gratitud hacia este virus que le reveló, mientras destrozaba a su paciente, aspectos tan interesantes de su persona, pues él siempre se había figurado que carecía por completo de aspectos interesantes. Por eso, añadió, se dedicaba con tanto fervor a su trabajo, pero en adelante se lo tomaría con más calma para cultivar sus aspectos. Este caso, también excepcional, como el del escritor ya referido, confirma una vez más que la actuación del virus no es uniforme. Por desgracia, las excepciones, aunque abundan, siguen siendo excepcionales, y son incontables los suicidios, asesinatos y percances que se atribuyen a esta peste. Fuentes extraoficiales sostienen que el presidente se encuentra en plena fase de hormigueo y que aún así se niega a anestesiarse la lengua o a postergar el discurso televisivo previsto para esta noche a la hora del capítulo final de La mulata ardiente. El redactor de esta noticia interrumpe ahora su informe debido al incremento de un hormigueo en los dedos de ambas manos. En esta última oración (las punzadas son cada vez más dolorosas) que escribe con esfuerzo, desea alertar a los ciudadanos sobre la posibilidad de que el virus también afecte a la expresión escrita, por lo que procederá (¿o será tarde?) a anestesiarse los dedos.

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