Mudanza

Una mujer soñó que arrastraba un viejo mueble hasta los linderos del sueño y se lo traía a la vigilia. Luego volvió a entrar y salió con un escapulario, un hombre que cultivaba lechugas de mármol y un pequeño dedo abandonado en el suelo de un bar. En su tercera incursión sacó un sacacorchos (extraordinariamente corriente) y una pelea entre su abuela y un policía que la multaba por sonarse la nariz frente a la estatua de un prócer. Luego se sacó a sí misma completamente desnuda leyendo una revista en la sala de espera del dentista. En su sexta expedición, ya sin aliento, se las arregló para encontrar un camión tan infinito como el universo mismo y allí metió todo, excepto el universo mismo, que provisto de voluntad propia y firmeza de carácter, se negó a acompañarla y adoptó un aire desdeñoso. En ese instante sonó el despertador y la mujer corrió a preparar el desayuno de sus hijos. Pero como estaba ofendida y se encontraba de un pésimo humor por el desaire del universo, volcó la leche, quemó el pan, y acusó de estos accidentes a sus hijos. A partir de entonces se dedicó a soñar con un universo vacío al que trataba de convencer, mediante prolongados ruegos y razones, de que la acompañara a la vigilia. Todas tus cosas están allí, le decía, pero sin ti parecen mudas e invisibles. Piensa en lo que sufren, cómo te extrañan. Todas tus cosas lloran amargamente en la vigilia, se sienten solas y falsas, nadie las entiende, y el que se topa con ellas las olvida casi al instante. Pero el universo permanecía inquebrantable y respondía con sarcasmos. Hasta que un día, harto ya de ser un gran vacío, al que regularmente acudía una mujer ruidosa y testaruda, el universo penetró subrepticiamente en la vigilia y se robó todo, incluyendo el reloj despertador, los hijos, el pan quemado, y una especie de marido que encontró en el traspatio. Sólo dejó una mujer dormida en la oscuridad impenetrable de la nada. Esta última (la nada) se negó rotundamente a acompañarlo.

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