¡Ay!

Yo antes era una señora deprimida, sin ánimo, con un gran vacío en el alma. En cierta ocasión aislé una molécula, la introduje en un caldo y esperé con paciencia. Al cabo de una semana de intensos cuidados y desvelos, del caldo salió otra señora, se sentó en el sofá verde que da a la ventana y me pi­dió un café. Nos hicimos muy amigas. Pero pronto ¡ay! la conversación languideció y el café se puso frío en la taza. La señora bostezó, yo comencé a mover un pie nerviosamente, nos miramos. En los ojos de la señora descubrí un brillo mal­vado. El silencio se impuso totalmente. Ella estaba ahí, con las piernas cruzadas. Yo daba vueltas por la habitación. De vez en cuando la miraba, ella respondía a la mirada, pero sus facciones cambiaban, se volvían duras y afiladas. Por fin, me fui a dormir, me fui y la dejé sola. Desperté en medio de la noche y oí voces. En el sofá verde la señora, o aquello que una vez fue una señora, se había convertido en un raro ser geométrico, una especie de figura cubista en movimiento. Hablaba con algo parecido a ella, pero más puro, de líneas menos complicadas. Sus zapatos de tacón, noté con asombro, parecían signos radicales. Horas después ya mi señora no existía (así como –supongo- yo tampoco existía) y, en la sala de estar, un círculo muy elegante conversaba con un hermoso triángulo. Después, no miré más. Me di cuenta –no sé si con tristeza o con rabia- de que yo había sido un eslabón, ya des­echado, en el proceso de geometrización de las señoras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escribes como dibujas!!! Me gustó! Sil.