Delito de cosificación

Yo soy la madre. He cosificado a mi hija en un intento de salir del paso. No entiendo cómo pudo pasarme semejante cosa, tener una hija. A veces me niego a aceptar que esto haya ocurrido, pues ocurrió en mi ausencia, es decir durante un ataque epiléptico. Mi hija se llama Glenda, con este nombre la cosifiqué. Está ahí sentada en la sala sobre la alfombra entre dos butacas, completamente inmóvil, parece una foto. Mi marido está en el patio dándole la espalda a una pared divisoria. Se encuentra de pie, también inmóvil, con el tronco ligeramente inclinado hacia el suelo. Esta inclinación se debe a que mi marido no quiere ser completamente paralelo a la pared, sólo quiere ser “casi paralelo a la pared”. Aquí se ve que mi marido tiene una intención y actúa conforme a ella, es decir, no está cosificado. Otro elemento importante de este mundo lo constituye mi voz interior. No es muy inteligente pero tiene poder, un fenómeno bastante extendido. Su poder consiste en ponerme nerviosa con frases como: ¿y ahora qué vas a hacer? Tiene razón porque mi hija está cosificada, mi marido anda en lo suyo, pero yo ¿qué hago, dónde estoy? Creo que estoy en la cocina. Mentalmente me veo con una gran cara desorbitada, también veo que uno de mis pies, aunque está inmóvil, se halla adelantado, como si mi cuerpo tuviera la intención de caminar, de emprender algo. Pero no es posible hacer nada, no hay continuidad, estoy en una escena simple, detenida, porque el delito de cosificación, dice mi voz interior, se castiga con la parálisis. Ya se ve que no he podido salir del paso, por el contrario, estoy atascada. Nunca he debido ser madre.

¿Qué es una célula?

Una célula es un organismo unicelular, definición que a algunos les parecerá misteriosa y a otros estúpida. Estos últimos háganme el favor de retirarse de la sala, porque hay mucha gente afuera que quiere entrar para enterarse de qué es una célula y las sillas no alcanzan. Pues bien: los que se han retirado, los que han ocupado sonrientemente esos lugares con la ilusión de saber qué es una célula, e incluso aquellos que ríen por lo bajo o cuchichean, los que están serios o ceñudos por el desbarajuste de las entradas y salidas, los que pacientes o impacientes se miran un zapato, y hasta los que tienen la mirada en otro mundo del que nada sabemos, en fin, para abreviar, todos ustedes, son organismos pluricelulares. Si alguien tiene alguna objeción al respecto hágame el favor y se retira porque afuera todavía hay mucha gente curiosa y amante del saber que cree en la sumisión oratoria y no “en la sumisión a la oratoria” que suena mal, cosa que al conocimiento le repugna pues prefiere mil veces la belleza inexacta del sonido a la fealdad exacta del sentido.

En esto último, supongo, estamos todos de acuerdo. No me cabe en la cabeza ninguna posibilidad de divergencia. De todos modos, ahora que lo pienso, es importante recordar, nunca olvidar, que los organismos pluricelulares tienen en común el hecho de ser organismos pluricelulares, eso, y no mucho más que eso, lo cual implica una enormidad de diferencias, consumadas o latentes, en los códigos inesperados que cada pluricelularidad expresa y constituye según sus particulares circunstancias. No es pues impensable que alguien disienta, no es impensable que alguien en este mismo momento disienta de esta pensabilidad del disentir, en cuyo caso le sugiero: abandone su silla.

Llevamos ya casi media hora de conferencia y ¿qué hemos aprendido sobre la célula? Absolutamente nada. Sin embargo, esto no significa que hayamos perdido el tiempo. Las neuronas, que son células, no tienen por ahora ni idea de qué es una maldita célula. Sólo han asistido, asombradas, al constante ir y venir de organismos pluricelulares que ocupan y desocupan sillas de manera caótica y ruidosa. Las neuronas están absortas en tratar de descifrar el mecanismo por el cual estos molestos desplazamientos se producen.

Y ¿esto por qué? Porque comparten un criterio, un criterio, si se quiere, metafísico: el de que todo, incluso este estúpido desorden, tiene un sentido y obedece a un patrón, un esquema, un funcionamiento discernible. La señorita de la mueca, allá, al fondo, puede retirarse. Claro que sí, no me discuta. Sigo: a ellas, en este caso las neuronas, no les interesa qué son, sino ¿qué pasa? En cambio, la señorita del fondo, la de la mueca, que se niega a retirarse, no está dilucidando estructuras conductuales ni fractales, está furiosa. Y tiene razón de estar furiosa, también yo en su lugar estaría furiosa, es decir, si en lugar de ser lo que soy, fuera, como ella, un organismo pluricelular, o mejor dicho: un amasijo incoherente de células, un conglomerado inexplicable de estas cosas que hablan todo el tiempo por teléfono (celulares, se entiende), contándose miles de chismes o pedazos de chismes para enterarse de qué pasa, es decir, un gran barullo al que eufemísticamente llaman “organismo”, y al que se atribuye un género específico (lo cual ya me parece el disparate máximo).

En fin, ya me imaginaba yo que este intento pedagógico iba a fracasar. Yo no sé si me invadió un virus o qué. Lo cierto es que contengo un memo (un memo, como todo el mundo sabe, es un gen cultural) y el mío dice: “predica con el ejemplo”. Y aquí estoy. Antes era, como la señorita del fondo, que se aferra obstinada o sabiamente a su silla, un organismo pluricelular, que se dedicaba día y noche a ese desorden de las chismosas y precarias redes informáticas. Lo cierto es que me entró un agotamiento de tanto parloteo y encontré un conducto, otros dirán: “un error de ortografía genética se manifestó oportunamente”, o: “el código dio un campanazo sinonímico”, o: “nunca te bañarás en el mismo río de significantes”, o qué sé yo cuántas cosas ni quiénes las dirían. Yo encontré un conducto y me fugué, me unicelularicé. Ahora soy unicelular de pies a cabeza y tengo ganas de vivir, de vivir en silencio, de vivir en una sopa de cubito de pollo medio tibia, donde me conservo muy bien gracias al glutamato monosódico, ganas de interactuar serenamente con algunos fideos, tan mansos ellos, es decir, de seguir viviendo tal como antes de entrar en esta sala (y después, claro, de mi fuga) con el fin, ya se ve, bastante absurdo, de predicar con el ejemplo, para exhortar a los tristemente así llamados “organismos pluricelulares” a seguir mi camino, aunque por desgracia desconozco el procedimiento. En todo caso, quizás, alguna célula (tal vez, señorita del fondo, alguna de las suyas) me esté oyendo, y a ella le digo: amiga, si de pronto ves algún conducto, arrójate.

Y ahora, para compensar, si alguien siente alguna duda, objeción, cosquilleo metafórico o lo que sea, tiene mi permiso para quedarse sentado en su silla, con la seguridad de que ha sido, exitosamente o no (cómo saberlo), predicado con el ejemplo.